Historia de una mujer egipcia: «Mis hijos, una copia del padre»

 (Segunda parte)

 

Lo más terrible, para mí, es que mis dos hijos se han convertido en copias de su padre. Ellos creen en las ideas en las que él cree. Mi hijo, en la universidad, se ha convertido aún en más fanático que su padre e incluso más decidido a salvar al mundo de los pecados y de la falta de fe de quienes no aceptan las ideas que vienen del Libro de Alá y de las tradiciones del Profeta. Mientras que su padre está satisfecho con las palabras, nuestro hijo cree que estas ideas no pueden imponerse por medio de la persuasión suave y que debe usarse la fuerza.

El ejemplo más terrible de esto lo viví el 11 de septiembre de 2001. Lloré durante horas cuando mi hijo llegó a casa de la universidad alabando lo que había sucedido en Nueva York. Lloré, no sólo por las miles de personas inocentes que perdieron la vida en ese atentado terrorista sino mucho más aún por la violencia y el odio que habían echado raíces en la mente de mi hijo, que se alejaba por completo de lo que yo esperaba del fruto de mis entrañas.

Se podría pensar que lo de mi hijo es un hecho aislado o un caso de insanía, pero él me ha contado que cientos de sus amigos celebraron y elogiaron los ataques tal como él lo hizo, y los describieron como una guerra en la que son cosumidos todos los que no son musulmanes como ellos.

Tengo la seguridad de que esta actitud no se limita a la gente pobre, a los desocupados o marginales, tal como algunos quieren simplificar este grave problema cuando oimos hablar de ataques terroristas. Mi casa está en un buen vecindario y mi marido – después de haber transformado sus tormentos en una especie de arte – sólo se ha dedicado a obtener la mayor cantidad de dinero de sus tiendas. Este hombre, religioso, confiable, decente, con su larga barba, su vestimenta islámica y sus rezos constantes, no paga impuestos, a pesar de sus grandes ganancias y falsifica documentos para justificar que ha sufrido pérdidas y está prácticamente en bancarrota.

Mis hijos asisten a la escuela y a la universidad y esperan poder heredar una gran cantidad de dinero de su padre para poder contraer matrimonio rápidamente y tener hijos, e implantar en los corazones y las mentes de sus niños las más violentas ideas, que su padre ha implantado en ellos.

El fenómeno de los verdugos de las mujeres egipcias se está haciendo cada vez más común y, en mi opinión, la propagación del «virus» de la violencia irreligiosa, que usa a la religión como excusa está destruyendo la mente de nuestros jóvenes. Esto sucedió a partir de que se le permitiera a los predicadores difundir sus ideas y una vez que los periódicos, libros, micrófonos, escuelas, mezquitas y hogares les han abierto las puertas y permitido que pudieran lavarle el cerebro a nuestros niños y niñas. El daño a mí y a mis hijos es el resultado natural de lo que está sucediendo en nuestra tierra, ante los ojos de todos los defensores de los derechos de la mujer.