Duele la falta,la injusticia, la impunidad…

Con este título, la prestigiosa periodista Ana Jerozolimski publica en la edición de esta semana del Semanario Hebreo de Uruguay una entrevista, al cumplirse 15 años del atentado contra la sede de la AMIA.
Tuve el honor de ser entrevistada por ella y quiero compartir aquí, con los lectores de mi blog, la nota y mi inmenso agradecimiento a Ana por el recuerdo, por su sensibilidad y solidaridad.

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 DUELE LA FALTA, LA INJUSTICIA, LA IMPUNIDAD …
Roxana Levinson, periodista argentina – israelí en entrevista especial al cumplirse 15 años del atentado contra la AMIA
Su familia fue la única que perdió seres queridos en los dos atentados en Buenos Aires
SEMANARIO HEBREO, MONTEVIDEO, 16 DE JULIO DE 2009

 

 P: Roxana, comento aquì, para que lo lean también nuestros lectores, que cuando me enterè por un colega y amigo común que vos perdiste a dos familiares en los atentados en Buenos Aires, me sorprendì ya que aunque nos conocemos años, no lo sabìa. Se ve que cada uno lleva su paquete a cuestas ¿verdad?

Así es, cada familia, cada persona. Claro que a veces el «paquete» tiene un peso muy grande. En Israel, lamentablemente, hay más de una familia que ha sido alcanzada por la tragedia de dos atentados. Pero en Argentina, sólo la mía, y eso, lejos de ser un privilegio, es una mala jugada del destino. Hasta ahora, tantos años después, me cuesta creer que todo sucedió de esa manera y recuerdo el «no puede ser» con que reaccionó mucha gente cercana a nosotros al enterarse.

 

P: En el emotivo texto en tu blog que reproducimos aquí en este número, ya has hecho referencia a cómo viviste esas pèrdidas personales. ¿Podrìas compartir con nosotros algo màs al respecto,còmo te enteraste, y claro está que me refiero a lo personal, màs allà del hecho que había habido atentados, lo cual por cierto salió en los noticieros?

Mi situación respecto de los atentados fue bastante particular. En las dos ocasiones yo estaba embarazada. La primera vez me encontraba en Paraguay, y estaba a cargo del Departamento de Prensa de la Embajada de Israel, en Asunción. El efecto fue instantáneo. De inmediato comenzaron las contracciones y los días que siguieron a la explosión – los de la búsqueda – fueron muy muy difíciles, una pesadilla. Además, me desesperaba saber que no podía moverme de donde estaba, tomar un avión y estar con mi familia en esos momentos tan terribles porque, con toda razón, el médico me lo había prohibido. El nacimiento de Lior   se produjo pocos días después – antes de lo previsto y con dificultades – y también en ese momento la situación fue extraña. Al día siguiente del sepelio de mi tía Graciela, mi mamá llegó a Asunción para ayudar y acompañarnos. Poco después llegaron los demás, incluido mi primo Matías – el hijo mayor de Graciela – al Brit Milá (circuncisión) de Lior y nos dio, a todos, una lección de vida.
Cuando se produjo el atentado a la AMIA yo estaba en Buenos Aires y estaba por nacer Micaela, la más pequeña de mi trío. Mucho tiempo después se me ocurrió pensar que quizás por eso, por haber estado en Buenos Aires y cerca de la familia, el embarazo llegó a término y Mica nació sin problemas. Pero en esa ocasión me enfrenté a una realidad que la primera vez sólo había visto en los noticieros. Lo que ví, olí y sentí en la calle Pasteur no podré olvidarlo nunca. Caminé alrededor de lo que había sido el edificio de la AMIA pocos minutos después de la explosión preguntándole a toda persona conocida que me cruzaba si había visto a mi tío Jaime. Sólo más tarde me dí cuenta que yo lo buscaba entre los vivos, entre quienes daban vueltas en medio de esa confusión y ese infierno y no en alguna lista. Eso llegó después. Me acerqué a un teléfono público y esperé en la fila. Un desconocido me ofreció su celular y así recibí la noticia. Y a partir de ese instante no r cuerdo nada, como si alguien le hubiese quitado una escena a mi película. Que, desgraciadamente, era real. Mi memoria se niega a registrar qué sucedió hasta que por fin me encontré con mi papá, nos abrazamos y lloramos.

 

P: En tu caso, argentina-israelì, habrá sido extraño , supongo , recibir noticias sobre una tragedia personal, cuando de hecho vos misma vivìs hace años en un país como Israel que sufre tanto el flagelo del terrorismo…¿Se mezclan ambas realidades?

Por momentos se mezclan, te hacen sentir parte de esa gran familia que aquí se denomina «mishpajat hashjol», la familia del duelo, pero es evidente que cada uno tiene su propio duelo, su dolor único e irrepetible. Es como haber pagado el precio de pertenecer a este pueblo, el precio más alto que se puede pagar, la vida de un ser querido. Y, a partir del momento en que la vida te convierte en protagonisita involuntario  de algo tan inentendible como un atentado terrorista, comenzás a ver las cosas de otra manera. Cuando escuchas o lees las noticias acerca de un soldado caído, una mujer muerta en un ataque terrorista, etc, etc, de inmediato piensas en los sentimientos de sus familiares, de las personas que a partir de ese instante comenzarán a sentir la falta, la tremenda necesidad de un abrazo, una palabra, un contacto que ya nunca volverá a suceder.

 

P: ¿Cómo vivió la familia esas muertes? Contame un poco màs de tu tìa y tu tìo, las víctimas…

Para la familia, como toda familia que vive este tipo de tremendas experiencias, fue primero y ante todo un shock muy grande y después un inmenso dolor, tristeza, rabia. Estados y sensaciones distintas y cambiantes.

 Mi tía Graciela y mi tío Jaime son para mí, cada uno a su manera y con su estilo, símbolo de los años más felices de mi infancia y adolescencia. Con ellos compartí cosas muy especiales. Mi tía Graciela era una luchadora. Siempre con una sonrisa en la cara, muy sociable y conversadora. Nadie podía adivinar cuántas dificultades enfrentaba y cómo su amor por la familia la empujaba a seguir adelante. Para mí fue la «tía joven» que me dio consejos inolvidables, que tocaba la guitarra en mis fiestas de cumpleaños, que inventaba juegos y disfraces para todos los primos y con quien compartía la pasión por los crucigramas y los juegos de palabras.
Mi tío Jaime era un maestro, en todo el sentido de la palabra. Enseñaba hebreo, historia judía, Cábala, y tenía una inmensa capacidad de transmitir, junto a un amor incansable por la cultura judía y la docencia. Pero yo lo recuerdo como el tío de las ocurrencias más alocadas, divertido, imprevisible. Un padre siempre acompañando y apoyando a sus hijos, un hombre con quien conversar resultaba siempre placentero. El que había inventado un saludo especial para mí e inventaba palabras y sobrenombres. Pero, además – como recuerdo que dijo su hija, Sandra – era el hombre de la palabra justa, de la respuesta adecuada. Cuando sucedió el atentado, Sandra decía que seguramente él tendría la respuesta a lo que nos estaba pasando…

 

P: Sabemos bien de nuestra cobertura y vida diaria en Israel, que los atentados son tragedia  y titular durante unos días  , pero que después, sòlo los familiares de duelo quedan con esa terrible carga para siempre….¿Còmo lo vivió tu familia desde adentro?

Incluso dentro de la familia hubo reacciones diferentes. Hubo quien salió a manifestar, a participar en actos, homenajes, reclamos, y a veces a encabezarlos. Hubo quien debió salir de su mundo pequeño y privado, el mundo familiar en el que vivía, para estar de pronto frente a cientos o miles de personas dando un discurso, hablando frente a cámaras. Hubo quien se encerró y se refugió en el dolor. Yo fui de las que optó por participar, estar, gritar y reclamar todo lo posible. También usé las herramientas de mi profesión en esto, a pesar de que me trajo no pocas dificultades. Así sentía que al menos estaba haciendo algo que, si bien no traería a mis seres queridos de vuelta a la vida ni devolvería la alegría y el bullicio que solía caracterizar a mi familia,  yo sentía como un deber, un compromiso, un legado. Aquí, en Israel, he tratado cada año de señalar la fecha de alguna manera. Participo en el acto que se realiza en la ciudad de Beer Sheva y esta vez también estaré en Kiryat Yam, en el norte. He publicado notas en los diarios israelíes Maariv y Haaretz y en el periódico local de mi ciudad, y cada año me ocupo de recordarle la fecha a los responsables en las radios Kol Israel y Galei Tzahal.  Mi hijo mediano, Lior, este año dio una «clase» en el colegio secundario donde estudia, en Modiín, en Iom Hazicarón (Día de Recuerdo de los Caídos en Guerras y Atentados de Israel). Llevó fotos, relató y explicó, y provocó gran impacto y emoción.
Cada uno en la familia reaccionó a su manera, pero fue como si- a partir de los atentados –  algo se hubiese desmembrado, como si se hubiese roto el eje. Todos tenemos una herida que no cicatriza y un dolor que compartimos. Y, obviamente, ya no somos los mismos.

 

P: Al cumplirse 15 años del atentado ¿què es lo que màs duele? ¿La impunidad?

Duele la ausencia, duele la falta, la injusticia, el manoseo, la indiferencia. Y, por supuesto, la impunidad.  Duele que le duela a tan pocos. La sensación de que en algún lugar alguien disfruta y se ríe de nuestro dolor compartido, y del de cada uno. Duele no volver  a hacer crucigramas con mi tía Graciela, que no vio a sus hijos casados, que no pudo conocer a ninguno de sus nietos, que hace tanto ya que no organiza una de sus reuniones espontáneas con «lo que hay en la heladera», sólo como  excusa para juntar a toda la familia.
Y duele saber que ya no volveremos a escuchar la risa estridente y contagiosa de mi tío Jaime,  que no envejecerá junto a la mujer con la que decidió compartir su amor y su vida, que ya no será el gran e incondicional apoyo que siempre fue para sus hijos, que ya no volverá a enseñar… Duele por él, y por cada uno de los que, como él, habían ido ingenua y desprevenidamente a trabajar, a hacer un trámite, a cumplir con la rutina de sus vidas cotidianas. Duele porque ellos sólo querían vivir y tenían derecho a vivir. Y hoy en día, tanto ellos como nosotros, tenemos derecho a tantas respuestas pendientes, a verdad y justicia.

Bombay, Londres, New York, Madrid, Jerusalem, Buenos Aires…

Cada vez es más la gente afectada por el terrorismo y, quizás por eso, es cada vez menor la consciencia acerca de los estragos que produce, del desgarro que genera, de la destrucción que impone y el dolor que siembra, en términos de seres humanos comunes, que viven sus vidas cotidianas alejados de todo eso, así, como cualquiera de nosotros.

No puedo ocultar el efecto que me produjeron las imágenes que llegaron desde Bombay. Tantos recuerdos, tanta tristeza arrinconada en mi historia personal y familiar…

 

Los papás de Moishi, la mamá de Matías

A principios de este año falleció mi padre, después de algunos meses de internaciones y sufrimientos. Durante esa última etapa, la enfermedad que padecía le provocaba, por momentos, delirios. Y sus delirios eran, exclusivamente, dos. Uno tenía que ver con todo lo que él quería darme, me decía que tenía empresas, fábricas, autos y dinero, y que todo eso era para mí. En medio de la tragedia me arrancaba sonrisas cargadas de ternura.

Su segundo y más recurrente delirio tuvo que ver con los atentados sucedidos en Buenos Aires. Con un dolor profundo que había llevado adentro durante todos estos años y, evidentemente, en el final de sus días hacía eclosión. Con sus miedos y sus pesadillas.

Es que el 17 de marzo de 1992, cuando estalló la embajada de Israel en Buenos Aires, murió mi tía, Graciela Susevich de Levinson. Y dos años después, el 18 de julio de 1994, cuando la sede de la AMIA fue derrumbada en un segundo atentado, murió mi tío, Jaime Plaksin.

 Mi tío Jaime trabajaba en Cultura, era sinónimo de teatro en Idish, de enseñanza de Talmud, de Cábala, de jaime2Torá. Y fueron muchas, muchísimas las personas que se acercaron a la familia tras su muerte, para contar que Jaime los había ayudado, que les había enseñado, que los había aconsejado. Pero él jamás contaba esas cosas, ni mucho menos se vanagloriaba. La fotografía del emisario de Jabad, las afirmaciones y los relatos elogiosos de quienes lo conocieron, me recordaron a mi tío Jaime.

 

 

Las imágenes del caos y la destrucción, el descontrol, las críticas a las autoridades locales, me llevaron otra vez a aquel día en que la representación israelí en Buenos Aires quedó destruida.

Cuando ví al pequeño Moishi transformado en un ícono, un símbolo humano de la tragedia, su imagen me retrotrajo de inmediato a las voces de los cronistas de radio y televisión y a los textos de los diarios que hablaban de Matías – mi primo Matías – a quien nadie logró sacar del espantoso escenario en que se había convertido la embajada, hasta que sacaron a su madre de abajo de los escombros.graciela

El inolvidable grito del periodista de la televisión argentina que dijo: «encontraron a la mamá de Matías» , y siguió adelante con su crónica: «el cuerpo sin vida de Graciela Levinson es retirado del lugar…»

Y la imagen de mi papá – inconfundible, incluso de espaldas – llevándose de ese lugar a mi primo Matías y a mi hermana.

Y las contracciones que se intensificaban y se aceleraban en mi vientre, en el octavo mes de embarazo, en la misma medida y con la misma velocidad con las que se intensificaba el dolor.

 

Una simple expresión de dolor

He escuchado y leído en estos días a decenas de analistas, expertos en terrorismo y política internacional. Pero ésta no es una columna sobre contraterrorismo. No trata siquiera acerca de las generalizaciones que se regenerarán ahora por parte de quienes verán a todo musulmán, árabe o parecido, sin excepción, como portador de un chaleco explosivo y un enemigo despiadado . Ni sobre los musulmanes moderados, cuya voz de repudio no se oye, por el momento. Ni sobre el papel de Irán y su influencia – directa o indirecta – sobre Pakistán.

Ni siquiera sobre cómo debería reaccionar occidente, o cuánto y cómo debe proteger el Estado de Israel a las instituciones judías en el mundo, ni sobre la saña con que los terroristas de Bombay buscaban judíos e israelíes.

Estas palabras son un reflejo de mi necesidad de respuestas, de mi sed de justicia, mi esperanza de un verdadero Nunca Más y mi amor a la vida.Esto que escribo es, en definitiva, una simple y renovada expresión de tristeza y dolor.

 

Fotos: En la primera fotografía, a la derecha, se ve a mi tío, Jaime Plaksin, junto a su esposa, Aída. En la segunda se ve a mi tía, Graciela Levinson, junto a mi padre.

Historia de una mujer egipcia: «Mis hijos, una copia del padre»

 (Segunda parte)

 

Lo más terrible, para mí, es que mis dos hijos se han convertido en copias de su padre. Ellos creen en las ideas en las que él cree. Mi hijo, en la universidad, se ha convertido aún en más fanático que su padre e incluso más decidido a salvar al mundo de los pecados y de la falta de fe de quienes no aceptan las ideas que vienen del Libro de Alá y de las tradiciones del Profeta. Mientras que su padre está satisfecho con las palabras, nuestro hijo cree que estas ideas no pueden imponerse por medio de la persuasión suave y que debe usarse la fuerza.

El ejemplo más terrible de esto lo viví el 11 de septiembre de 2001. Lloré durante horas cuando mi hijo llegó a casa de la universidad alabando lo que había sucedido en Nueva York. Lloré, no sólo por las miles de personas inocentes que perdieron la vida en ese atentado terrorista sino mucho más aún por la violencia y el odio que habían echado raíces en la mente de mi hijo, que se alejaba por completo de lo que yo esperaba del fruto de mis entrañas.

Se podría pensar que lo de mi hijo es un hecho aislado o un caso de insanía, pero él me ha contado que cientos de sus amigos celebraron y elogiaron los ataques tal como él lo hizo, y los describieron como una guerra en la que son cosumidos todos los que no son musulmanes como ellos.

Tengo la seguridad de que esta actitud no se limita a la gente pobre, a los desocupados o marginales, tal como algunos quieren simplificar este grave problema cuando oimos hablar de ataques terroristas. Mi casa está en un buen vecindario y mi marido – después de haber transformado sus tormentos en una especie de arte – sólo se ha dedicado a obtener la mayor cantidad de dinero de sus tiendas. Este hombre, religioso, confiable, decente, con su larga barba, su vestimenta islámica y sus rezos constantes, no paga impuestos, a pesar de sus grandes ganancias y falsifica documentos para justificar que ha sufrido pérdidas y está prácticamente en bancarrota.

Mis hijos asisten a la escuela y a la universidad y esperan poder heredar una gran cantidad de dinero de su padre para poder contraer matrimonio rápidamente y tener hijos, e implantar en los corazones y las mentes de sus niños las más violentas ideas, que su padre ha implantado en ellos.

El fenómeno de los verdugos de las mujeres egipcias se está haciendo cada vez más común y, en mi opinión, la propagación del «virus» de la violencia irreligiosa, que usa a la religión como excusa está destruyendo la mente de nuestros jóvenes. Esto sucedió a partir de que se le permitiera a los predicadores difundir sus ideas y una vez que los periódicos, libros, micrófonos, escuelas, mezquitas y hogares les han abierto las puertas y permitido que pudieran lavarle el cerebro a nuestros niños y niñas. El daño a mí y a mis hijos es el resultado natural de lo que está sucediendo en nuestra tierra, ante los ojos de todos los defensores de los derechos de la mujer.